martes, 30 de junio de 2009

Las muecas de los monos

Estoy en mi casa comiendo una manzana;
de repente llaman a la puerta.
Me sorprendo, me extraño, me asombro,
me dirijo a la puerta,
abro y miro,
¿y quién está ahí afuera?
¡Yo!
Dietrich Schwanitz, Cultura
Muchas veces, antes que para aprender, para descansar, para despejarme la cabeza, leo. Desde hacía varios días - semanas, más bien - un tomo de la colección Obras Maestras, de Editorial Iberia: Comedias de William Shakespeare, me hace quecos desde el librero que está en mi cuarto. Había leído, no recuerdo dónde, que Shakespeare es el mayor poeta y dramaturgo que ha conocido el mundo, después de Dios, y como nunca lo había leído en serio, después de almuerzo, canjeándola por una siesta, puse Medida por Medida al alcance de mis ojos, para ver si era verdad tanta belleza.
Preocupado por la corrupción en la ciudad, el Duque de Viena reimplanta una severa ley, olvidada durante muchos años. Para hacerla cumplir, elige al ministro Angelo y él desaparece misteriosamente. La primera víctima, Claudio, es condenado a muerte. La novicia Isabel acude a Angelo, suplicando perdón para su hermano, pero lejos de despertar la compasión del ministro, enciende su lujuria. Angelo le propone entonces un intercambio: la libertad del hermano, por el sacrificio de su castidad. Isabel lo manda al diablo, pero Fray Ludovico - que en realidad es el Duque disfrazado - le aconseja que finja aceptar el trueque. La cita se produce, pero el Duque envía a Mariana, la antigua novia de Angelo, vilmente abandonada por interés, en lugar de Isabel. Ignorante de todo esto, el ministro Angelo cree haber logrado lo que quería, pero no cumple su palabra y ordena ejecutar a Claudio. Entonces aparece el Duque, ya sin disfraz, descubre que Claudio no ha sido ejecutado y obliga a Angelo a casarse con Mariana. Todos felices.
Shakespeare es un maestro de la concentración del lenguaje, de los textos que irradian sentido puro. En Medida por Medida podemos leer:
Pero el hombre, el hombre orgulloso,
vestido de un poquito de autoridad,
ignora lo que tiene más seguro,
(su alma de espejo), y como un mono enfurecido,
hace unas muecas tan locas ante el alto cielo,
que los ángeles lloran, cuando nuestras penas
les harían morirse de risa.
Sí, pues, cuando Shakespeare presenta a la autoridad como un traje (vestido de un poquito de autoridad), como un disfraz, convierte al mundo en un teatro y refleja, por medio del lenguaje, a todo el universo: ángeles, monos, hombres, el teatro mismo, la risa y el llanto, el cielo y la tierra, para enseñarnos la arrogancia del que ocupa un cargo, del que abusa del poder.
Naturalmente, para entender esto en toda su dimensión hay que leer la comedia entera, pero solamente con este verso ya se alivia la depresión, se desvanece el mal humor y uno da gracias por estar vivo y no ocupar cargo alguno.
Salvo, claro, mejor parecer.

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