domingo, 21 de junio de 2009

Gracias

"Papá". Nadie se lo había dicho antes. La palabra, lo mismo que un conjuro, tal como una frase de las mil noches y una noche, despertó emociones novísimas, inéditas, que él no pudo, no supo, no quiso controlar. Cada día salía corriendo del trabajo para verla. Cuando había sol, sentía el reflejo dorado de su pelo mucho antes de llegar a casa. Cuando no había sol, lo sentía igual, porque no lo veía con los ojos, sino con el corazón. La sacaba de la cuna, se abrazaban, se besaban, jugaban, se reían con carcajadas que parecían brotar de un manantial, surgir de una cascada. "Papá", escuchaba él y con la carne de gallina inventaba todos los pretextos para que ella repita la palabra. Luego la sacaba a la calle, haciéndola cabalgar sobre sus hombros y así cruzaban la quebrada de Armendáriz, subiendo y bajando de un extremo a otro, de Miraflores a Barranco. Su aventura secreta, eso era. Cómplices los dos, acordaron sin hablar no contarlo a nadie, porque se suponía que estaban haciendo algo peligroso. Ella fue su primera hija, por más que la biología y los papeles dijeran lo contrario. Después, siguió desafiando a lo establecido, marchó a contramano y ganó otras hijas. También tuvo hijas e hijos propios. Descubrió que no existía ninguna diferencia, que el amor por todos era el mismo, pero también que estaba muy lejos de ser el mejor de los padres, que con el amor no basta. Ahora sabe que para ser padre, se tiene que haber sido hijo y él nunca lo fue. Por eso se está construyendo solo. Poco a poco, ladrillo a ladrillo, con un esfuerzo que lo llena de orgullo, así como se llena también de inmensa gratitud cuando es incluido en esa bellísima lista interminable, que mucho más que hablar de él, habla de la nobleza, la poesía y la sensibilidad de la mujer que la escribió.

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