LA GRIPE Y EL SOL
Hace
cerca de 2,500 años, Hipócrates, “el padre de la medicina”, fue el primer occidental
en describir, por escrito, claro, los síntomas de la gripe. Uno quisiera que su
progenitor, otro médico llamado Heráclides, le hubiera puesto su propio nombre,
para no asociarlo -en español y otras lenguas- a esa fea actitud humana de
ocultar la verdadera personalidad y las reales intenciones, poniendo, como dijo
Rubén Blades, cara de “yo no fui”. No es mi intención, sin embargo, escribir
sobre esa costumbre de repetir el mismo nombre en una familia, ni sobre la otra,
que lamentablemente estuvo y está vigente en todas partes. Lo que quiero es
hablar de la gripe.
Me
atrevería a decir que la gripe nos acompaña desde que empezamos a caminar en
dos pies. Nos acompaña y nos molesta, haciéndonos sentir muy mal. Resulta
interesante saber que la palabra gripe proviene del suizo alemán grupi que significa acurrucarse. No es
sorpresa, porque esa es la posición corporal que nos provoca adoptar cuando estamos
atacados de este mal. Tampoco sorprende que otros etimólogos sostengan que el
término fue tomado del francés grip, es decir garra. La verdad es que la
gripe, cuando te agarra, lo hace firmemente y no te suelta así nomás.
Sea
como fuere, y a pesar de que hace millones de años que nos tortura, no hemos
encontrado todavía remedios que curen este maldito flagelo. Ocurre que la gripe
la causa un virus y no una bacteria, lo que significa que los antibióticos son
tan útiles como la carabina de Ambrosio, que no tenía ni cañón ni culata, o sea
que no servía para nada. ¿Qué podemos hacer, entonces? ¿Aguantar con paciencia
y tratar de no contagiar a nadie? Esa es una posibilidad, a la que se añade
reposo y abrigo, para sentirnos mejor. Existen además fármacos antigripales,
que en realidad llevan nombres engañosos. Esos medicamentos no curan la gripe,
solamente inhiben los síntomas, mientras que la enfermedad sigue su curso. Todo
esto lo sabe cualquiera, pero tal vez lo siguiente sea menos conocido.
Tradicionalmente,
se ha recomendado tomar mucho líquido cuando uno está con gripe. Pues bien,
parece ser que no hay ninguna evidencia de que esto ayude. Algunos médicos
dicen que sí y otros, los menos, que no. Lo que se puede asegurar es que tomar
agua no hace daño, de modo que, si quiere, instale una manguera en su
habitación de enfermo y beba cuanto pueda. Lo que sí puede ser cierto y resulta
una novedad, es que la ausencia o baja cantidad de vitamina D y no de vitamina C, como siempre se ha creído, permite la
proliferación de ese antiguo y fastidioso virus, que nos hace ver la vida a cuadritos.
Según el libro 400 Pequeñas Dosis de
Ciencia, escrito por nueve investigadores dirigidos por el científico
mexicano René Drucker -especialista en Neurología y Fisiología–, un estudio
ruso determinó que en invierno hay ocho veces más casos que gripe que en
verano. Esto no constituye ninguna novedad, pero sí que la razón está en que
durante esta temporada disminuye la cantidad de vitamina D en nuestros cuerpos.
Como sabemos, dicha vitamina la contienen, en muy pequeñas cantidades, alimentos
como la leche y los huevos, de modo que requerimos del astro rey para que forme
la vitamina en nuestra piel. Aunque sus rayos demoren 8 minutos y 19 segundos —más
de lo que se tarda en leer este artículo— en llegar a la Tierra, el sol cumple muy bien
su función. No obstante, si se demuestre esta hipótesis, hay algunos
inconvenientes. El primero es que en invierno, generalmente los días no son
soleados, al diferencia del verano, que aquí nos regala desde muy
temprano un esplendoroso, brillante y a veces hasta sofocante sol. El segundo
es que cuando estamos agripados no nos provoca salir con poca ropa para que los
rayos ultravioletas actúen directamente sobre la piel, sino estar en cama,
tapados hasta las orejas. La otra alternativa es consumir pastillas de vitamina
D creadas en el laboratorio. Corro el riesgo de que los naturalistas, que están
en boga, me linchen si aconsejo esto. Tan solo me queda sugerir que se tome la enfermedad
con buen humor, recordando que la gripe es como el amor: siempre termina en la
cama.