jueves, 25 de junio de 2009

Los libros, la televisión

Yo estoy celoso de la primera palabra de esta oración
De una carta a la revista Scientific American.
Los niños ven televisión antes de aprender a leer, pero la cultura sigue vinculada a los libros o, al menos, a la escritura. ¿Por qué las imágenes de la televisión no pueden transmitir cultura? ¿Por qué uno no puede empezar a formarse viendo televisión? ¿Qué tiene de especial la escritura? Dietrich Schwanitz - un catedrático alemán, harto de que sus estudiantes digan que las momias eran los habitantes de Egipto y que las pirámides eran las montañas que separan a Francia de España - nos da un explicación en su libro La Cultura. La cosa es más o menos así, con mi aderezo, naturalmente.
Los textos escritos se estructuran alrededor de temas, en tanto que en la comunicación oral el sentido del discurso depende de la corriente energética que produce su propia dramaturgia. La diferencia de ritmo entre lo escrito y lo oral permite estructurar el sentido, porque la escritura reproduce el orden lógico del pensamiento en la secuencia de los elementos de la oración y, por tanto, lo controla. Además, frente a una oración compleja, hay que esperar que aparezca el predicado:
- Miguel, que como ya sabes, tiene muy buena vista, ayer a las siete de la mañana, cuando pasaba por la Avenida Grau en la 52 B...
- ¿Qué pasó?
- Espera - dice la escritura, y sigue:
- ... en la 52 B, que estaba repleta, lo que a esa hora no es nada raro, aunque esto sólo ocurre los días de semana...
Estás a punto de estrangular a la escritura, pierdes el control de los nervios y gritas:
- ¡¿Qué pasó, imbécil?! ¿Qué hizo Miguel? Dímelo de una vez, te lo suplico.
- Se encontró un sol.
Hasta que nos den la información, tenemos que retener cada uno de los elementos y sólo al final podremos captar el sentido, teniendo en cuenta todas las palabras anteriores. Esto provoca una tensión que debemos aprender a soportar. Para los que no tienen mucha práctica, esta tensión resulta muy desagradable, y precisamente de esto se quejan los maestros de todo el mundo: el nivel de tolerancia de los niños ante la frustración ha ido disminuyendo cada vez más, hasta el punto de que ya no soportan la demora de los procesos de formación de sentido. Los niños no pueden concebir una clase como un proceso de aprendizaje, sino como un entretenimiento.
Como respuesta, los ministerios de Educación han reducido progresivamente el valor de la expresión escrita en la escuela, sin advertir que, a la vez, están reduciendo la función más específica de la escuela frente a la familia. La consecuencia es que solamente siguen adquiriendo el hábito de leer y escribir los niños en cuyas familias estas actividades son corrientes, es decir, los niños de las capas cultas de la burguesía, donde se limita el consumo de la televisión y se procura que sean los libros los que satisfagan fundamentalmente la necesidad infantil de fantasía.
En realidad, los niños sólo deberían ver televisión cuando la lectura haya dejado de ser una actividad penosa y se haya convertido en un placer. De lo contrario, la lectura resultará fastidiosa durante toda su vida. Sólo leerán lo que les manden, y de mala gana.
Así, las políticas de educación y su cómplice, la televisión, están creando dos clases de personas: las que leen con frecuencia, absorben información constantemente y estructuran mejor sus ideas; y las que leen sólo cuando se ven obligadas a hacerlo, no logran concentrarse y cualquier texto que vaya más allá del "bang" y "boing" de los cómics les resulta una auténtica complicación.
Estas personas, como no pueden comprender a los que aman la lectura, terminan desconfiando de ellos. Piensan que el mundo de los libros ha sido creado exclusivamente para mortificarlos y provocarles remordimientos de conciencia. Su déficit de lectura, así como su hostilidad hacia los textos afectan también su estilo de expresión oral y no se explican porqué tienen tan poco reconocimiento de los demás. Como resultado, evitan el más mínimo contacto con el mundo de los lectores y, poco a poco, se van hundiendo en el pantano de un nuevo analfabetismo.
Conozco a muchos que no leen o lo hacen de mala gana, cuando por alguna circunstancia deben hacerlo. Otros alegan no tener tiempo y a no pocos les "encanta la lectura, pero la vista, hermano...". Todos ellos deberían plantearse seriamente superar su aversión a la lectura y ejercitarse empezando por temas que sean de su interés, novelas eróticas incluidas. Deben ejercitarse para mantener en forma su espíritu, lo mismo que si estuvieran corriendo o montando bicicleta. Deben dedicarle diariamente un tiempo determinado, hasta que acaba por convertirse en hábito.
En cuanto a los niños y a los maestros, en eso estamos, trabajando con mucho entusiasmo. Ya les rendiré cuentas a ustedes.

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