lunes, 22 de junio de 2009

Una eternitud

Gabriel García Márquez inventó, en un almuerzo con periodistas y escritores, el neologismo eternitud. Según dijo para explicarlo, no se puede querer a alguien para toda la eternidad, sino para toda la eternitud, porque este concepto se diferencia de eternidad, en que en este segundo caso no se puede mantener vivo un sentimiento cuando uno ya se ha muerto. Inventar una palabra - un neologismo - no es fácil y hay que tener talento para que pegue, como eternitud, que se acomoda de manera limpia y hermosa a nuestro idioma. Ocurre, sin embargo, que a veces hasta las lenguas muertas admiten neologismos. El Vaticano - único estado del planeta que tiene el latín como lengua oficial - necesitaba tratar en sus documentos religiosos algunos nuevos hallazgos, pecados y problemas de la sociedad. Para eso, ha tenido que incorporar palabras como motocicleta (birota automataria), ovni (res inexplicata volans), playboy (iuvenis voluptuarius), champú (capitalavium), slalom (descensio flexuosa), spot (intercalatum laudativum nuntium), mirón (obscena observandi cupido) y water (cella intima).
Y no es un chiste.

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