viernes, 22 de mayo de 2009

Tercera Guerra Mundial

Con desenfadada ironía, Umberto Eco nos cuenta, en L'espresso, un mal sueño, una pesadilla en la que se anuncia lo que de ningún modo se desea. Eco sueña que se ha desencadenado la tercera guerra mundial. No una guerrita - dice - como la segunda, en la que sólo murieron cincuenta millones de personas, sino una de verdad, como la tecnología nos permite hacer en estos tiempos: enormes zonas devastadas por las radiaciones, al menos la mitad de la población mundial desaparecida, hambre, epidemias. En dos platos, algo bien hecho, realizado por generales competentes y responsables, a la altura de la época.
Naturalmente - Eco reconoce su egoísmo -, en su sueño se salvan su familia, sus amigos. Viven en una zona del planeta donde la situación no es tan infausta, pero, claro, no hay televisión, no hay teléfonos y mucho menos Internet. Alguna comunicación se hace con viejas radios y se consigue algunas horas de luz, gracias a paneles solares reparados a la buena de Dios. Con esa escasa iluminación, en su sueño, Eco leerá viejos cuentos de hadas a sus nietos - recordemos que no hay televisión -o les explicará cómo era el mundo antes de la guerra. A cierta hora del día - continúa - se reunirán junto a la radio para escuchar novedades de otras zonas y se enterarán de que la tía tiene ciática, pero sigue bien, a través del retorno a las palomas mensajeras.
Refugiados en el campo, es posible que la aldea haya mantenido en pie una escuela. En ese caso, Eco enseñaría gramática e historia. Geografía no, para qué, si ya nada es como antes. Tal vez quede todavía el patio de la parroquia para jugar fútbol con una pelota de trapo, y quién sabe si no se recupera un antiguo fulbito de mano del sótano de la iglesia. Es posible, también, que el cura haya mandado al carpintero que fabrique una mesa de ping-pong, que resultará, para los jóvenes, mucho más apasionante y creativo que los videojuegos del pasado.
Se comerá mucha verdura - el sueño es largo - y, en vista de su vocación multiplicadora, no faltarán los conejos. Los domingos, puede ser, un pollo.
Tampoco faltará el viejo médico del pueblo - sin ecografías ni cámaras hiperbáricas -, como tampoco los paseos, todos vestidos al calor de grandes chaquetones pasados de moda. Florecerán sobre las colinas los molinos de viento, que también serán útiles para que los ancianos expliquen la historia de Don Quijote y los niños descubran que es extraordinariamente hermosa. Y los jóvenes desmotivados - me he reído mucho acá - se consolarán aspirando vapores de manzanilla, diciendo que están estonazos. Finalmente, como consecuencia, surgirá de nuevo la lectura, porque los libros sobreviven a casi todos los desastres.
Preocupado por la posibilidad de que su sueño pueda ser premonitorio, Eco ha visitado a un amigo suyo, que practica la adivinación. El amigo le ha dicho que su pesadilla anuncia algo espantoso, pero que el horror podría evitarse conteniendo nuestro consumo, evitando la violencia sin implicarnos demasiado en la de otros, y paladeando de vez en cuando antiguos ritos y costumbres pasados hoy de moda, porque, al fin y al cabo, hoy también se puede apagar el televisor y la computadora, y, en lugar de de tomar un vuelo a no sé que exótico lugar, se pueden contar cosas junto al fuego.
Cuánta humana poesía. Y qué lejos del panfleto.

1 comentario:

  1. Me he paseado por todos los posts alimentando la profunda admiración que ya siento por mi papá, el escritor. La mejor manera de escribir es escribiendo y por eso me alegra que lo hayas retomado. Yo prometo lectura fiel.

    El cine y la narrativa van muy bien. Sigue dándole a eso.

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