martes, 19 de mayo de 2009

Amor Silente

Tengo la suerte de vivir en una calle hermosa. Es como el brazo apacible de un furioso río de automóviles, que, sensible al ruido, se separa hasta terminar en el acantilado, mirando al mar. Al lado opuesto de ese río hay otra calle, más hermosa todavía. Las poncianas extienden sus ramas desde lo alto, a ambos lados de la pista. Los álamos y las moreras, intercalados entre ellas como intrusos, le dan un aspecto singular. La calle tiene casas antiguas, con ventanas reticuladas - celosías, pues -, para mirar sin ser mirado. Portones de madera fina, altas paredes, jardines interiores que sólo se adivinan, rejas amistosas, y hasta un mirador azul pastel que le da un aire señorial. Cuando la niebla desdibuja los contornos, regala una atmósfera entre romántica y fantasmal que de algún modo inexplicable me conmueve. Cada noche, en mis paseos por ahí, veo a una pareja, al pie de una ponciana. Ni el muchacho ni la chica llegan a los veinticinco años. Nunca los he visto besarse, ni decirse palabras cariñosas. Sólo se miran, de tal forma, que provoca agradecerles. Pareciera que no quisieran perder el poco tiempo que tienen para verse y trataran de retenerse en la memoria. Pareciera que fueran clandestinos, callados por la fuerza de una imposición. Pareciera que la palabra pudiera separarlos y se aman con los ojos. Pareciera, digo, porque anoche descubrí la verdad y se acabó la magia. Mientras me acercaba a ellos, los veía gesticular, muy exaltados. Él movía los brazos vehementemente, como si quisiera alzar vuelo. Ella bajaba la mirada y, de pronto, en un arrebato, lo acusaba agitando el dedo índice contra su nariz. Pasé junto a ellos y no escuché ni una palabra. Imposible, porque eran sordomudos.
Para ellos, como dijo no sé quién, el amor también puede ser una cosa que termina con ambulancias y patrulleros parados en la puerta.

2 comentarios:

  1. ...sabía que algo nos esperaba a la vuelta de la esquina, que esta apacible divagación en la bruma no terminaría en una playa de arena blanca (mar azul) sino en los habituales acantilados de nuestra geografía mental. Amor y patrulleros, miradas y ambulancias...Supongo que aún teniendo la suerte de vivir en una calle hermosa, no nos escapamos a la trampa de nuestra ciudad, aquella de tortuosas calles y oscuros callejones, de sombras agazapadas y silencios ominosos, aquella, la nuestra, esa metrópolis interior que nunca terminamos de construir en nuestra cabeza.

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  2. Así es Ruth. Felizmente tenemos los amigos, tenemos la palabra.

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