viernes, 22 de mayo de 2009

Darío

Si vamos a creerle a Erich Fromm, el amor del padre a su hijo es completamente distinto al de la madre. Ella es el hogar, es la naturaleza. El padre es el pensamiento, representa las cosas hechas por el hombre, el orden y la ley, pero también los viajes, la aventura. Frente a Darío, me resulta muy difícil identificarme con estos arquetipos. Quiero ser su suelo y a la vez su océano, iluminarle el camino, ser su sólida columna. Quiero acompañarlo en la interminable tarea de dominar a esos impetuosos caballos - así imaginaban los griegos a nuestras pulsiones más profundas - que tratan de llevarnos al abismo. Quiero llorar con él cuando eso toque, sin fingir que somos rudos, y, mucho más, reír, reír con él todos los días. Quiero estar con él, pero también dejarlo sólo. Quiero abrazarlo sin que se incomode, boxear con él, jugar juntos un partido, gritar un gol suyo, regresar caminando del estadio, escuchar a los Beatles toda la noche. Quiero volver a llevarlo al Parque de las Leyendas, hacerle otra vez el nudo de la corbata para su primer tono de quince, ver una y otra vez El Padrino, pasar más vacaciones en la playa. Quiero protegerlo, pero también que me proteja. Admirarlo, como él a veces me ha admirado.

1 comentario:

  1. Que Malo Eres!... Me has hecho llorar!...
    Me encantó, es hermoso... te admiro más que antes... pero menos que mañana :)
    PD: Dado que NUNCA uso el signo de exclamación de "inicio", aunque lo busqué para quedar bien contigo, no logré ubicarlo

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