martes, 26 de mayo de 2009

Notre Dame en Pampa Blanca




Mick Jagger le pregunta a Angie cuándo desaparecerán las nubes, hasta dónde llegarán sin amor en sus almas y sin un centavo en los bolsillos. Ni el Chino Antenor ni yo decimos nada, como tampoco los bosques de sauces que se arriman a las faldas de los cerros, ni el potrillo que pasa junto a nosotros con trote altivo y distinguido, siguiéndole el paso a un tractor al que está amarrado. En la camioneta, cantan los Stones, interrumpidos de vez en cuando por Antenor, para señalarme un arado de disco, otro de vertedera, un perro de color extraño que se rasca al borde la carretera como si fuera lo último que hará en su vida, o a una gallina pinta que cacarea en su jaula, sobre lo más alto de un camión. Estamos en Chucarapi, un antiguo ingenio azucarero, donde la caña va cediendo cada vez más paso - el mercado, la agroexportación, ya saben - a los sembríos de alcachofas. En el pueblo, dejando atrás los campos de cultivo, una plazuela con pileta, donde un niño calato, de yeso, hace brotar agua de una botija, sin que le importe un pito exponerse al sol sin protector, lejos de los molles y los eucaliptos que me dan sombra a mí, pero ninguna a él. Después de un rato silencioso - cada uno con sus cosas - Antenor me anuncia una sorpresa. Regresamos a la camioneta y, al cabo de un rodeo, avanzado y retrocediendo por las pistas interrumpidas con autos y camiones que, a diferencia de nosotros, respetan la hora de la siesta, llegamos a Pampa Blanca. Ahí, una suerte de capilla, una iglesia pequeñita. Cómo no va a ser, si - cáiganse de espaldas - pretende ser una réplica en miniatura de Notre Dame, Nuestra Señora de París. Su constructor, un hacendado de apellido Lira, no olvidó ni los capiteles, ni las gárgolas, ni los frisos, ni tampoco las quimeras. Dentro, ocho columnas sostienen la nave, dándole esplendor a una hermosa imagen de la Virgen. A sus flancos, el baptisterio, la sacristía, y prácticamente nada más.
Hasta este momento - ya han pasado varias horas - conservo la sensación de gratitud por ese hermoso descubrimiento. No se me ocurre otra cosa que tratar de compartirlo y decir que, quizá, no sea suerte, sino terquedad por estar siempre con los ojos abiertos, por no rendirme nunca y, bueno, también por escoger seguir vivo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario