domingo, 24 de mayo de 2009

La ortografía, ¿un mandarín?

En nuestro idioma son necesarios los signos de apertura de exclamación o de interrogación en las frases de esa naturaleza. ¡Qué bacán! ¡No me la pierdo!, por ejemplo.
En otras lenguas, no son necesarios los signos de apertura. El inglés o el francés, por citar a los que tenemos más cerca, tienen recursos sintácticos y morfológicos especiales que señalan a tiempo la cadencia musical de la construcción interrogativa o exclamativa. El lector, pues, está avisado con tiempo. Sin embargo, cada vez con más frecuencia, constato que poca bola se le está dando a los signos de apertura: Qué bacán! No me la pierdo! Noto también la sobreabundancia de los signos de cierre: Qué bacán!! No me la pierdo!! Y hasta he visto un Feliz cumpleaños!!!! Pareciera que a mayor cantidad de palitos con su puntito abajo, mayor entusiasmo, mayor felicidad. ¿Cuál será el límite?
He discutido sobre estos temas con algunos profesores con los que me reuno para tratar de mejorar la calidad de la enseñanza de lenguaje en algunas escuelas de Chorrillos. Unos concluyen en que la razón se encuentra en cierto servilismo hacia el idioma inglés. (En San Genaro, donde está el colegio que nos acoge, permítanme la digresión, no falta los Restaurante's, ni los Gym's).
Otros opinan que esto se debe al vertiginoso ritmo de vida moderno, que nos apura, que nos hace sentir su aliento en la nuca, obligándonos a suprimir signos, letras, sílabas y palabras, porque nadie tiene tiempo para escribir correctamente. Total, dicen, la cosa es que nos entiendan, trayéndome a la memoria uno de los lemas de mayo del 68, en París: "La ortografía es un mandarín".
Y no sé qué decirles. Creo que tienen razón, pero también que no la tienen. Entonces leo, rebusco aquí y allá, y - a riesgo de parecer pretencioso - diría que investigo, y encuentro una declaración de Gabriel García Márquez, en la que pide que simplifiquemos la gramática, antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. "Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites ente la ge y la jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima, ni confundirá revolver con revólver. ¿Y qué con nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?".
Su discurso está construido con una gracia insuperable y en sus alegatos se mezclan la picardía y la elegancia. No cabe duda, además, acerca de las buenas intenciones del Premio Nobel colombiano. No obstante, algunos han hecho notar que si cambiamos las normas ortográficas, nuestros hijos nunca encontrarán familiares los millones de libros que se han publicado hasta ahora en nuestro idioma y por tanto, no podrán disfrutarlos. ¿Tendremos que quemarlos?, se pregunta un lingüista.
Para muestra, un botón. Así quedaría el comienzo de Cien Años de Soledad, de acuerdo a los criterios de su propio autor:
"Muchos años despues, frente al peloton de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendia abia de recordar aquella tarde remota en que su padre lo yebo a conocer el yelo. Macondo era entonces una aldea de beinte casas de barro y cañabraba construidas a la orilla de un rio de aguas diafanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes, como güebos prehistoricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecian de nombre, y para mencionarlas abia de señalarlas con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de jitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuebos imbentos. Primero llebaron el iman. Un jitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrion, que se presento con el nombre de Melquiades, izo una truculenta demostracion publica de lo que el mismo llamaba la octaba marabilla de los sabios alquimistas de Macedonia".
García Márquez no quería esto, cuando dijo lo que dijo. Puedo poner mi mano al fuego, como también ya puedo el martes, responder a mis profesores, graduados con esfuerzo, mal pagados y, como si esto fuera poco, formados - no por culpa de ellos - con deficiencias alarmantes.
Nuestra lengua no es una máquina con piezas desmontables. No podemos sacar una palabra aquí, eliminar un signo allá, alegremente, porque estaríamos retirando ladrillos a una construcción milenaria en la que cada cosa tiene su por qué. Al hablar, al escribir, comunicamos ideas, expresamos sentimientos, reflejamos un espíritu común. Hacerlo correctamente es mucho más que una obligación. Es un acto solidario.

No hay comentarios:

Publicar un comentario