lunes, 25 de mayo de 2009

El diablo, Papa Noel y Arequipa

La luna es un hilo curvado, un finísimo anzuelo de plata, colgado sobre el rojo encendido de la tarde que se despide para ir a jatear. El Misti, con nieve esta vez, me mira desde lo alto y entre el aeropuerto y la ciudad cae la noche. En la habitación del hotel, la iluminación de la catedral se mete por la ventana, recordándome que esta vez tengo que ver al demonio. Y compruebo que no es una broma. En el magnífico púlpito de encina, al lado derecho del altar mayor, está Lucifer. Es una serpiente enroscada a la columna que sostiene ese púlpito, mirando hacia arriba y apoyando su brazo sobre la frente cornuda, como protegiéndose de la luz multicolor que penetra por los vitrales. Tiene alas, parece un vampiro con rostro muy duro y ojos siniestros. Una viejita me cuenta que no hay otra iglesia en el mundo donde esté representado Satán. Yo le creo, no me parece imposible.
Saliendo, voy por San Francisco, atravieso el Fundo de Fierro y llego a la calle Ayacucho, donde está la venta de libros usados (¿leídos?). El señor Paulo Coelho es es el rey, omnipresente en todos los estantes, en todas las librerías. En su corte, Isabel Allende, Bryce Echenique, y el novelista. De pajes, los numerosos manuales de Excel y de Word. Yo, claro, busco otra cosa, pero no sé muy bien qué. Miro, rebusco, desordeno, husmeo, revuelvo. Me siento bien entre libros. Los conozco y creo que ellos a mí. Encuentro una ruma de selecciones antiguas. El año pasado, en esta misma tienda compré un ejemplar de Selecciones de marzo de 1953, el mes y el año en que nací. Me apenó no encontrar otro, fechado diez años después. Mis manos siguen sacando, apilando y, de paso, poniendo nervioso al propietario, que me mira irritado. Finalmente, doy con Gomorra, de Roberto Saviano, que desde hacía unos meses me coqueteaba desde los estantes de Íbero, en Larcomar, y que nunca había podido comprar. Recordé que Mario Vargas Llosa describió al libro, en El País, como un extraordinario reportaje sobre las mafias que operan en Nápoles y en toda la Campania, que se lee con tanta fascinación, como espanto e incredulidad. Sabía, además, que la camorra - la mafia napolitana - ha condenado a muerte a Saviano, obligándolo a vivir oculto, lo mismo que a Salman Rushdie los fundamentalistas del Islam. Ahora puedo comprarlo, porque la editorial Sir Francis Drake, con su logo de calavera cruzada de tibias lo ha puesto a mi disposición. Salgo contento, si no con mi pan, con mi libro bajo el brazo y me voy a comer. Paso junto a un restaurante de comida turca y me da por entrar - un guiño, Pamuk, Estambul -, pero advierto que no estoy para nostalgias y me decido por una tortilla de verduras con arroz blanco, en un chifa de la cuadra siguiente. Al terminar, muero por un puro. Fatigo las calles y nada. Me rindo y emprendo el regreso al hotel. Sin embargo, Arequipa es generosa conmigo y me tiene reservado un regalo: en una esquina, encuentro a un guachimán, conversando alegremente con Papa Noel. ¿Con Papa Noel? Sí, señor, Papa Noel con el disfraz completo, como si estuviéramos en diciembre y el chambeando, sólo que sin barba. Lo miro, él me mira un segundo y sigue su charla con el vigilante. Algo turbado, me voy. Mañana voy a regresar al mismo lugar para ver si vuelvo a encontrarlo.
Voy a tardar en dormir. Es que esas cosas sólo me pasan a mí.

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